Aquesta entrada està
dedicada a un poeta mexicà, José Emilio Pacheco (1939-2014), una veu molt
reconeguda de la poesia hispanoamericana dels últims anys (Premi Cervantes
2009) i a la qual convé llegir amb molta atenció. Aquesta entrevista prové d’El Cultural (13/XI/2009), i la va
realitzar Nuria Azancot.
La poesia de José Emilio Pacheco
oscil·la entre el compromís social i la meditació irònica sobre el temps. Bon
amic de Luis García Montero i de Joan Margarit (poeta català al qual faré
referència a la dècima entrada), José Emilio Pacheco no confon mai el verdader
compromís del poeta, el qual només s’ha d’establir amb la seua matèria de
treball: el llenguatge. No obstant això, els seus poemes (com els de Luis o
Joan) no evadeixen el dolor humà dels altres
(una lliçó apresa a Antonio Machado), i els poemes del mexicà s’apropen molt a
la realitat dels pobres de la seua nació i de tot el món. Un altre tret
característic d’aquesta obra és la ironia, la sàvia distància amb què s’aproxima (com Bertolt Brecht) a la
realitat de tots.
Si no le conocemos aún, ¿cuál sería su autorretrato?
-Es imposible
trazar un autorretrato sin photoshop verbal. El único autorretrato posible,
porque es involuntario, es el que está en los poemas. Los poemas no mienten, yo
sí.
En sus poemas late cierta tensión de fondo entre el
compromiso político, la responsabilidad cívica, y la tensión poética: ¿cómo
logra mantener el equilibrio?
-Sólo puedo
escribir sobre lo que me afecta y me preocupa. No me digo: “Voy a hacer unos
versos en que se manifieste mi responsabilidad cívica”. Es algo menos
voluntario de lo que suponemos.
Sin duda, pero, ¿cuál debería ser la relación entre la
poesía y la realidad/actualidad?
-No creo en el
debe. No impondría a nadie la obligación de escribir poemas “sociales” o lírica
abstracta. Me limito a juzgar los resultados. Hay miles de poemas políticos
abominables, pero no tantos como pésimos poemas de amor.
Fue amigo de Octavio Paz, pero no quiso conocer a Pablo
Neruda por timidez. También trató mucho a Luis Cernuda y se carteó con
Aleixandre...
-Sí, tuve una
relación de cuarenta años con Paz, a veces, como era inevitable, muy difícil y
en otras muy cercana, como sucedió por fortuna en el último año de su vida.
Debo mucho a las enseñanza de Paz y aún me sé de memoria partes enteras de
Piedra de sol. Pero no sólo fui tímido con Neruda, también con Aleixandre:
jamás me atreví a importunarlo en Velintonia, 8, aunque él nos escribió a todos
los autores de esa época. Esta función de Aleixandre me parece que no se
reconoce como se debe. Otro tanto puedo decir de Max Aub. En cambio, con
Cernuda me ocurrió algo siniestro. Por el desorden aludido guardé la única
carta suya que me envió en la edición 1958 de La realidad y el deseo. Alguien
se llevó de mi casa el ejemplar y la carta. De modo que en la Correspondencia
de Cernuda, tan bien editada por James Valender para la Residencia de
Estudiantes, figuran no sus líneas sino las mías, por desgracia.
Ahora, sin embargo,
José Emilio Pacheco prefiere no hablar de los poetas españoles contemporáneos
que lee y admira, porque “han sido tantos y durante tantos años los que me han
ayudado que su enumeración parecería un intento servil de congraciarse”.
De todas formas, ¿cómo ve a los poetas de su generación?
-Los veo a la luz
de un epigrama anónimo:“Bajo el tiempo inclemente/ Llegué a los días extraños /
De ver vieja a la gente/ Que es de mi edad y mis años.” No sé cuál es mi
generación: nací el 30 de junio de 1939, muy tarde para ser de la generación de
los treinta y muy temprano para formar parte de la generación de los cuarenta.
Pero de mis más o menos contemporáneos y amigos puedo afirmar que tienen sin
duda las cualidades que yo no poseo.
¿Y cuál es su relación con los poetas jóvenes de su país,
esos que aprenden en la escuela sus versos?
-Son tantos que
sólo me es posible conocer a unos cuantos, o unas cuantas, porque el número de
mujeres es abrumador en la nueva poesía mexicana. Con ellas y ellos mi relación
es magnífica ya que no tengo ínfulas de magisterio ni busco crear un
discipulado. Cuando alguien me pide consejos respondo que se los doy con mucho
gusto, sólo que a cambio de que ellos me aconsejen también, porque en éste ya
no tan nuevo siglo las muchachas y los jóvenes son los nativos y nosotros los
inmigrantes que llegan de otra época y de otro mundo.
Tras varios años de silencio, ahora coinciden en España y
México Como la lluvia, La edad de las tinieblas, y Contraelegía, el libro del
Premio que editó en la Universidad de Salamanca Francisca Noguerol. ¿A qué se
debe esa coincidencia?
-A no saber
planificar una carrera literaria. Trabajé mucho en la década que termina. Para
no inflar mi bibliografía no quise publicar cuadernos aislados. Preferí
reunirlos en un libro, Como la lluvia, tal vez demasiado extenso y variado e
imposible de comentar. Chus Visor en España y Marcelo Uribe, el editor de Era,
en México, me hicieron ver que la última sección, los poemas en prosa, formaban
un volumen aparte y lo publicamos como La edad de las tinieblas. La antología
del Premio tiene un excelente estudio de Paqui Noguerol. Con su inteligencia y
su sabiduría me ha enseñado muchas cosas acerca de mí mismo.
Lo que no ha tenido
que aprender, desde luego, es que al escribir un poema sólo pretende eso,
porque al terminarlo “él me dirá qué buscaba yo”. Y que no hay fórmulas
secretas ni “regla general”: “Hay unos poemas, muy pocos, que han salido de
primera intención tal como están y otros que son producto de incontables
versiones” .
¿Cuál es su rutina de trabajo? ¿Es de verdad tan
desorganizado como presume?
-No presumo: me
avergüenzo y sufro mucho por mi desorden. Quisiera ser organizado y metódico
pero tuve una reacción neurótica contra la disciplina militar de mi padre. Lo
que sí intento es no dejar de trabajar nunca. Ya que es imposible e indeseable
hacer poemas todos los días, he hallado un camino intermedio en las versiones
poéticas que saldrán el año próximo. Tal vez serán el último libro en la
historia que se ha llevado cincuenta años de trabajo. Comencé en la escuela con
los epigramas griegos y termino ahora con los haikus japoneses y la versión de
los Cuatro Cuartetos de Eliot que publicará Alianza después de 25 años de
prometerlos para la semana próxima.
¿Y cómo se lleva con el ordenador, Internet, el e-book y
demás inventos?
-No pretendo ser lo
que no soy. Pienso en la décima de Moratín sobre los niños que en Francia
hablan el francés con la fluidez y la perfección que nunca alcanzará un anciano
en ningún otro lado. El mundo electrónico es para quienes nacieron en él.
Empleo con gusto el ordenador. Es la máquina de cantar con la que soñó Antonio
Machado porque resulta ideal para ver los poemas que son objetos sonoros pero
también visuales. Encuentro muchas cosas valiosas en Internet pero si pasan de
tres páginas necesito imprimirlas para leerlas. Respecto de la correspondencia,
es un motivo de angustia. En tres meses de ir y venir porque el Reina Sofía coincidió
con la generosísima celebración de mis 70 años, he acumulado 2.400 correos. ¿A
qué horas, con qué fuerzas voy a responderlos? Cada persona espera la
contestación a la que tiene derecho y yo no puedo dársela. Es terrible.
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