Obrim amb aquesta
entrada una sèrie d’entrevistes personals recents a alguns dels noms propis més
importants de la poesia contemporània en llengua castellana.
Aquesta segona entrada del blog
presenta un fragment d’una entrevista amb Luis García Montero (Granada, 1958),
realitzada per la revista digital Le Miau Noir el
28 de febrer de 2018. A algunes preguntes generals sobre poesia, s’afegeixen
qüestions sobre el seu últim poemari, A puerta
cerrada (2017), publicat sis anys després de Un invierno
propio (2011).
La poesia de Luis García Montero es
caracteritza per la seua voluntat de conversar amb els lectors amb un
llenguatge senzill i matisat al mateix temps (però sempre intel·ligible) sobre
temes com la poesia mateixa, el temps, l’amor o la política. Deixeble (i bon
amic) de Rafael Alberti, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José Emilio
Pacheco o Rubén Bonifaz Nuño (per esmentar dos poetes hispanoamericans), Luis
García Montero és, per a molts crítics literaris i per a moltíssims lectors, el
millor poeta de la seua generació i el millor representant de l’anomenada poesia de l’experiència.
¿Se arrepiente uno de haber escrito y publicado tan
deprisa, como comentabas que se suele hacer de joven?
Cada época tiene su tiempo y
cada día tiene también su sentimiento. Hay veces que me levanto un día y leo
los poemas que escribía hace treinta años y no me reconozco en absoluto, pero
no porque me gusten muy poco, incluso pienso “¡joé, qué bien escribía
yo entonces, lástima, qué energía he perdido ahora!” (Risas)
O sea que a veces no me gusta
nada y a veces me gustaría escribir así, como escribía antes, así que depende
de los estados de ánimo. Pero yo creo que no hay que tener prisa para publicar
y que uno debe publicar cuando ya considere que su libro merece la pena. Hay
que ir lentamente y publicar lentamente, cuando uno está seguro de que eso es
más o menos lo que quiere decir.
Y después, inevitablemente,
van pasando los años y, de acuerdo a la edad, se va matizando el propio
proyecto poético y te sientes más cerca de lo último que has escrito que de lo
primero, aunque a veces, como te digo, uno se encuentra con un poema y dice
¡uy, entonces escribía mucho mejor que ahora!
¿Has tenido en estos seis años algún
momento de crisis, de enfrentarte al cuaderno vacío y decir… “es que no sé qué
decir, no tengo nada que contar”?
Bueno, la poesía tiene
horarios que no son de oficina. La verdad es que, por lo menos, me siento con
mi cuaderno a escribir cuando tengo algo que decir. Lo que nunca me he sentado
es sin tener que decir nada, porque pueden pasar los días hasta que de pronto
descubres una imagen, una emoción, una historia que te apetece convertir en
poema, y entonces empiezas a trabajar en ella en la cabeza, y cuando la tienes
más o menos perfilada es cuando te sientas a escribir.
Lo que sí es normal es que a
veces no te salgan las cosas, o no estés de acuerdo, o dejes dormir el poema y lo
recuperes tiempo después, o lo rechaces como un proyecto con el que no te has
identificado. Por los cuadernos van quedando huellas que bien se utilizan
después o se quedan ahí, en el olvido.
Pero
sí hablas en A puerta cerrada de distintas crisis.
Sí, hay en este libro
distintas perspectivas para abordar el tema de la crisis. Una de ellas es la
propia poesía, pero depende de otras y muy diversas. Por una parte el paso del
tiempo, yo voy a cumplir sesenta años, que ya es una edad donde uno empieza a
sentirse viejo, a veces las rodillas me molestan, si cojo alguna copa de más
por la noche, por la mañana no estoy en condiciones…bueno, uno tiene que
cuidarse en el sentido de que el cuerpo empieza a fallar. Pero es que a parte
del tiempo, también pasa la historia, que son dos cosas distintas.
Yo soy consciente de que el
país en el que vivo ya no es el país en el que yo nací, que la educación
sentimental de mis hijos ya no es mi educación sentimental, que hay muchos
valores que yo consideraba fundamentales y que se han perdido, y otros valores
que me parecían fatales y se han convertido en una cosa normal. Aparte de los
cambios generacionales, la transformación generada por el mundo de las
telecomunicaciones y el mundo digital han profundizado mucho los cambios, entonces,
aparte del tiempo, pasa la historia.
Por una parte, uno siente que
el mundo al que pertenece va desapareciendo y al mismo tiempo siente el peligro
de convertirse en un viejo cascarrabias egoísta creyendo que los jóvenes no
tienen derecho a tener su mundo: claro que tienen derecho. Uno no puede parar
la historia. Y todo eso lleva un diálogo con uno mismo.
Después ha habido crisis
relacionadas con el paso del tiempo y de la historia porque nuestra experiencia
nos ha demostrado que vivimos en un proceso de degradación democrática muy
fuerte. Se habla de posdemocracia y posverdad porque hay poderosísimos medios
de control de las conciencias, de manipulación, de creación de indignaciones
que son fácilmente toreables… y hay una situación de crisis económica tremenda,
que es otro factor, y es muy posible que a la gente que está sufriendo la
crisis se le cree una indignación que no acaban pagando las élites económicas
que la provocan, sino la gente más desfavorecida, los emigrantes.
Y puede haber unas reacciones
de racismo tan fuertes como las que hay en EEUU o Francia con Le Pen, en
Alemania con el surgimiento del nazismo, o en Inglaterra con el Brexit… de
pronto la indignación puede convertirse en un arma en favor de los poderosos.
Todo eso se va conjuntando y desemboco en tu planteamiento inicial: cuando se
juntan estas crisis, uno que es poeta y vive de las palabras, se plantea
¿sirven las palabras y el lenguaje de algo? ¿La relación desde la poesía con la
realidad sirve de algo?
Pues bueno, para mí, una de
las ventanas que ha abierto un poco de luz a mi puerta cerrada es la confianza
en la poesía y las palabras, es uno de esos territorios en los que yo no quiero
renunciar y en los que yo me apoyo para seguir negociando a puerta cerrada con
mis crisis.
En el libro aparece la figura del lobo, ¿qué es lo que tú
has puesto en esa imagen del lobo?
El lobo es una imagen
ambivalente. Es el personaje que aparece en el libro para que proyecte mis
momentos de indignación, mis momentos de cólera, mis momentos de impulsos, que
tiene cualquier persona. Es ambivalente porque por una parte la indignación
desmedida puede hacerte injusto y manipulable, pero al mismo tiempo esa manera
de sentir tan radicalmente es también un símbolo de que uno sigue implicado con
las cosas, no cae en el cinismo, que para mí es una de las enfermedades de la
cultura neoliberal: todo da igual, nada importa.
Si uno se indigna es porque
le siguen importando las cosas. Lo que hace falta es no caer en ataques de
cólera, sino intentar mirar serenamente las razones de esa cólera. El título
del libro se lo pedí prestado a Sartre, el filósofo existencialista, de una
obra de teatro en la que los personajes descubren que están muertos y están en
el infierno, y uno de ellos dice esa famosa frase de “el infierno son los
otros”. Bueno, yo en seguida me acordé de una frase de Hobbes, el filósofo
empirista inglés, “el hombre es un lobo para el hombre”, que es una formulación
distinta, pero en relación con la otra.
Como se trata de poesía y de
hacer ejercicios de conocimiento, en seguida hay que dar un paso más: el
infierno son los otros, entonces yo soy el infierno, porque las cosas las
interiorizamos. Y no se trata de dar sermones y creer que los demás son tontos
e injustos y uno es inocente y listo, sino se trata de analizar qué hay en ese
conflicto. Y el poeta lo analiza desde su propio interior y desde su propia
relación con la realidad.
«Epitafio» és l’últim poema de A puerta cerrada (Madrid, Visor, 2017, p. 109):
«Epitafio» és l’últim poema de A puerta cerrada (Madrid, Visor, 2017, p. 109):
Le han perdonado
mucho
sus libros muchas
veces.
Quizá también lo
hagan
sus hijos, sus
amores.
Y aquí sigue sin
prisa,
ante ningún altar,
padre de mundos
libres,
poeta y perdonado.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada