diumenge, 8 de juliol del 2018

Segona entrada. Entrevista a Luis García Montero


Obrim amb aquesta entrada una sèrie d’entrevistes personals recents a alguns dels noms propis més importants de la poesia contemporània en llengua castellana.
         Aquesta segona entrada del blog presenta un fragment d’una entrevista amb Luis García Montero (Granada, 1958), realitzada per la revista digital Le Miau Noir el 28 de febrer de 2018. A algunes preguntes generals sobre poesia, s’afegeixen qüestions sobre el seu últim poemari, A puerta cerrada (2017), publicat sis anys després de Un invierno propio (2011).

         La poesia de Luis García Montero es caracteritza per la seua voluntat de conversar amb els lectors amb un llenguatge senzill i matisat al mateix temps (però sempre intel·ligible) sobre temes com la poesia mateixa, el temps, l’amor o la política. Deixeble (i bon amic) de Rafael Alberti, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José Emilio Pacheco o Rubén Bonifaz Nuño (per esmentar dos poetes hispanoamericans), Luis García Montero és, per a molts crítics literaris i per a moltíssims lectors, el millor poeta de la seua generació i el millor representant de l’anomenada poesia de l’experiència.


¿Se arrepiente uno de haber escrito y publicado tan deprisa, como comentabas que se suele hacer de joven?
Cada época tiene su tiempo y cada día tiene también su sentimiento. Hay veces que me levanto un día y leo los poemas que escribía hace treinta años y no me reconozco en absoluto, pero no porque me gusten muy poco, incluso pienso “¡joé, qué bien escribía yo entonces, lástima, qué energía he perdido ahora!” (Risas)
O sea que a veces no me gusta nada y a veces me gustaría escribir así, como escribía antes, así que depende de los estados de ánimo. Pero yo creo que no hay que tener prisa para publicar y que uno debe publicar cuando ya considere que su libro merece la pena. Hay que ir lentamente y publicar lentamente, cuando uno está seguro de que eso es más o menos lo que quiere decir.
Y después, inevitablemente, van pasando los años y, de acuerdo a la edad, se va matizando el propio proyecto poético y te sientes más cerca de lo último que has escrito que de lo primero, aunque a veces, como te digo, uno se encuentra con un poema y dice ¡uy, entonces escribía mucho mejor que ahora!
¿Has tenido en estos seis años algún momento de crisis, de enfrentarte al cuaderno vacío y decir… “es que no sé qué decir, no tengo nada que contar”?
Bueno, la poesía tiene horarios que no son de oficina. La verdad es que, por lo menos, me siento con mi cuaderno a escribir cuando tengo algo que decir. Lo que nunca me he sentado es sin tener que decir nada, porque pueden pasar los días hasta que de pronto descubres una imagen, una emoción, una historia que te apetece convertir en poema, y entonces empiezas a trabajar en ella en la cabeza, y cuando la tienes más o menos perfilada es cuando te sientas a escribir.
Lo que sí es normal es que a veces no te salgan las cosas, o no estés de acuerdo, o dejes dormir el poema y lo recuperes tiempo después, o lo rechaces como un proyecto con el que no te has identificado. Por los cuadernos van quedando huellas que bien se utilizan después o se quedan ahí, en el olvido.
Pero sí hablas en A puerta cerrada de distintas crisis.
Sí, hay en este libro distintas perspectivas para abordar el tema de la crisis. Una de ellas es la propia poesía, pero depende de otras y muy diversas. Por una parte el paso del tiempo, yo voy a cumplir sesenta años, que ya es una edad donde uno empieza a sentirse viejo, a veces las rodillas me molestan, si cojo alguna copa de más por la noche, por la mañana no estoy en condiciones…bueno, uno tiene que cuidarse en el sentido de que el cuerpo empieza a fallar. Pero es que a parte del tiempo, también pasa la historia, que son dos cosas distintas.
Yo soy consciente de que el país en el que vivo ya no es el país en el que yo nací, que la educación sentimental de mis hijos ya no es mi educación sentimental, que hay muchos valores que yo consideraba fundamentales y que se han perdido, y otros valores que me parecían fatales y se han convertido en una cosa normal. Aparte de los cambios generacionales, la transformación generada por el mundo de las telecomunicaciones y el mundo digital han profundizado mucho los cambios, entonces, aparte del tiempo, pasa la historia.
Por una parte, uno siente que el mundo al que pertenece va desapareciendo y al mismo tiempo siente el peligro de convertirse en un viejo cascarrabias egoísta creyendo que los jóvenes no tienen derecho a tener su mundo: claro que tienen derecho. Uno no puede parar la historia. Y todo eso lleva un diálogo con uno mismo.
Después ha habido crisis relacionadas con el paso del tiempo y de la historia porque nuestra experiencia nos ha demostrado que vivimos en un proceso de degradación democrática muy fuerte. Se habla de posdemocracia y posverdad porque hay poderosísimos medios de control de las conciencias, de manipulación, de creación de indignaciones que son fácilmente toreables… y hay una situación de crisis económica tremenda, que es otro factor, y es muy posible que a la gente que está sufriendo la crisis se le cree una indignación que no acaban pagando las élites económicas que la provocan, sino la gente más desfavorecida, los emigrantes.
Y puede haber unas reacciones de racismo tan fuertes como las que hay en EEUU o Francia con Le Pen, en Alemania con el surgimiento del nazismo, o en Inglaterra con el Brexit… de pronto la indignación puede convertirse en un arma en favor de los poderosos. Todo eso se va conjuntando y desemboco en tu planteamiento inicial: cuando se juntan estas crisis, uno que es poeta y vive de las palabras, se plantea ¿sirven las palabras y el lenguaje de algo? ¿La relación desde la poesía con la realidad sirve de algo?
Pues bueno, para mí, una de las ventanas que ha abierto un poco de luz a mi puerta cerrada es la confianza en la poesía y las palabras, es uno de esos territorios en los que yo no quiero renunciar y en los que yo me apoyo para seguir negociando a puerta cerrada con mis crisis.
En el libro aparece la figura del lobo, ¿qué es lo que tú has puesto en esa imagen del lobo?
El lobo es una imagen ambivalente. Es el personaje que aparece en el libro para que proyecte mis momentos de indignación, mis momentos de cólera, mis momentos de impulsos, que tiene cualquier persona. Es ambivalente porque por una parte la indignación desmedida puede hacerte injusto y manipulable, pero al mismo tiempo esa manera de sentir tan radicalmente es también un símbolo de que uno sigue implicado con las cosas, no cae en el cinismo, que para mí es una de las enfermedades de la cultura neoliberal: todo da igual, nada importa.
Si uno se indigna es porque le siguen importando las cosas. Lo que hace falta es no caer en ataques de cólera, sino intentar mirar serenamente las razones de esa cólera. El título del libro se lo pedí prestado a Sartre, el filósofo existencialista, de una obra de teatro en la que los personajes descubren que están muertos y están en el infierno, y uno de ellos dice esa famosa frase de “el infierno son los otros”. Bueno, yo en seguida me acordé de una frase de Hobbes, el filósofo empirista inglés, “el hombre es un lobo para el hombre”, que es una formulación distinta, pero en relación con la otra.
Como se trata de poesía y de hacer ejercicios de conocimiento, en seguida hay que dar un paso más: el infierno son los otros, entonces yo soy el infierno, porque las cosas las interiorizamos. Y no se trata de dar sermones y creer que los demás son tontos e injustos y uno es inocente y listo, sino se trata de analizar qué hay en ese conflicto. Y el poeta lo analiza desde su propio interior y desde su propia relación con la realidad.

«Epitafio» és l’últim poema de A puerta cerrada (Madrid, Visor, 2017, p. 109):

Le han perdonado mucho
sus libros muchas veces.
Quizá también lo hagan
sus hijos, sus amores.
Y aquí sigue sin prisa,
ante ningún altar,
padre de mundos libres,
poeta y perdonado.



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