diumenge, 8 de juliol del 2018

Sèptima entrada. Entrevista a Elvira Sastre

Tots els noms apareguts fins aquesta entrada a aquesta bitàcola són noms de poetes consagrats. Aquesta entrada està dedicada a Elvira Sastre (Segovia, 1992), una poeta de molta qualitat i amb alguns llibres ja significatius per a la literatura actual en llengua castellana. Concretament, us recomane des d’ ací La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida (Visor, 2016). L’entrevista següent és un fragment d’un text publicat a la revista Jot Down a febrer de 2018.
         La poesia d’Elvira Sastre es presenta amb molta força i amb una veu pròpia des dels seus primers versos. A més a més, aquesta autora ha estat de les primeres a emprar les xarxes socials per difondre els seus poemes, la qual cosa l’ha permés connectar amb un públic jove fins ara una mica allunyat del món de la poesia.

         La soledad de un cuerpo acosumbrado a la herida és un llibre de (des)amor, paraula que escric d’aquesta manera perquè, si ben és cert que el que els poemes relaten és una separació amorosa, també ho és que eixa situació ofereix a la veu poètica una bona oportunitat per a recordar els sentiments antics (novells abans) d’un amor que s’ha acabat.



¿Cómo empezó todo? ¿Qué lecturas, qué vivencias te incitaron a convertirte en poeta?
Desde bien pequeñita siempre fui muy lectora. Mis padres siempre han leído, siempre ha habido libros en casa… Eso te contagia. Y, luego, hubo un punto de inflexión hacia la poesía en el instituto, cuando estudiamos a Bécquer y a la generación del 27. Recuerdo que en el libro de lengua ponían los poemas al final, así que en clase estábamos dando sintaxis y yo me iba a las últimas páginas a leer. Empecé a ir a la biblioteca con mi padre, a coger libros, descubrí a Juan Ramón Jiménez, a Antonio Machado… y de ahí a CernudaAleixandre, que usaban un lenguaje que yo entendía mejor, me llegaba más. De todos modos, el gran paso para dedicarme a la escritura fue cuando leí a Benjamín Prado y dije: «Joder, yo quiero escribir así».
El recuerdo que tengo de Prado es muy generacional, muy noventero, sobre todo en la época de Raro. ¿Qué es lo que te atrajo de él?
Que lo comprendía, entendía de lo que me hablaba y decía cosas que yo necesitaba escuchar. Era un lenguaje muy actual, me enganchaba y me sigue enganchando. Hay autores que te gustan con quince años pero con veinticinco ya no, eso con Benjamín no me pasa. Me llega de una manera distinta a los demás.
De esos libros de casa de tus padres, ¿cuáles eran los que más te llamaban la atención?
El autor favorito de mi padre es Saramago, así que tenía toda la colección, pero a mí lo que me gustaba más eran los cómics que guardaba en su habitación de casa de mi abuela: TintínMortadelo y Filemón… me encantaban. Bueno, ¡y me encantan! [risas].
¿Había algo parecido a una escena literaria en Segovia, más allá del rebufo del Hay Festival?
La verdad es que en aquel momento no había nada. Incluso puede que fuera algo positivo porque me daba mucha introspección, y para la poesía es hasta cierto punto necesaria. Me iba a un parque a leer, que quizá es algo muy manido, muy visto, pero me gustaba en ese momento. O volver de la biblioteca e irme a leer a otro sitio. El hecho de que yo no tuviera a nadie en mi círculo de amistades o en el instituto al que le apasionara tanto la lectura, y mucho menos que escribiera, lo convirtió en algo muy personal, muy mío, y que no compartía con nadie por pudor.
A los quince años abriste un blog.
Sí, para mí supuso descubrir un mundo que me comprendía, lleno de gente que compartía los mismos gustos que yo y que me ayudaba mucho, me aportaban mucho las críticas. De hecho, fue una persona del blog, un profesor de Lengua, creo que de Galicia, el que me dijo que intentara escribir en verso, porque lo que hacía por entonces eran reflexiones cortas. Yo lo veía imposible, «¿Cómo me voy a meter en el verso?». Pero, claro, si lo decía un profesor de Lengua, ¡tenía que ser por algo! [risas].
¿Cómo fue pasar de leer sola en parques a tener a tanta gente pendiente de lo que escribías?
Estábamos todos pendientes los unos de los otros. Ya desde la época del Fotolog, que luego desapareció. Recuerdo que seguía a mucha gente que escribía y que cada mañana, cuando me despertaba, me ponía a mirar las actualizaciones. Descubrí a Escandar Algeet y a mucha otra gente. Era una constante, ver que obtenía respuesta de la gente me sorprendió: no solo era gente de mi edad, sino gente mayor, que siempre te da más seguridad cuando te dicen que lo haces bien, que les gusta. Fue una manera de ir ganando confianza.
A partir de mediados de la década anterior se populariza muchísimo el concepto de recital en bares, en plan jam session, incluso con música. ¿Estuviste en aquellas míticas sesiones de Diablos Azules, del Bukowski o de otros bares de Madrid?
La primera vez que vine a Madrid a un recital jam session fue con Benjamín y con Escandar en la Sala Clamores. Me acuerdo de esa noche perfectamente porque fue un choque: venía de Segovia y nos volvíamos a la mañana siguiente, así que fue una noche de las que luego se alargan por Malasaña. Lo recuerdo con mucho cariño. Cuando me decidí a participar, Bukowski ya había cerrado y Carlos Salem organizaba las sesiones de Diablos Azules. Fue la primera vez que me invitaron a subir a un escenario.
¿Salem te conocía por el blog o le habían hablado de ti?
Había oído hablar de mí. Además, creo que en esa época ya había Twitter, así que podía leer lo que escribía, y le gustaba. Por entonces, lo que hacían en los Diablos era invitar a un poeta y luego dejar que cada uno de los asistentes se subiera a recitar tres poemas.
¿Hasta qué punto llevar la poesía a los bares ha sido decisivo para alcanzar un mayor público? 
Me costó mucho acostumbrarme a lo de los recitales y me sigue costando, pero es algo que siempre me dijeron que tenía que hacer. Lo pasaba fatal. Los primeros los hacía con el pelo en la cara, el papel justo abajo para que no se me viera, sin vocalizar… Recuerdo que luego la gente me daba consejos sobre cómo hacerlo y me insistían en que era algo necesario para acercar tu obra a los demás. Ahora que tengo público es todo más fácil, pero en ese momento, joder, subirte a un escenario sin saber cómo van a reaccionar… es muy complicado, pero a la vista está que es importante.

"La pregunta que termina con todo", d'Elvira Sastre (La soledad de un cuerpo acosumbrado a la herida, Madrid, Visor, 2016, p. 31):


Me dijiste que debía

olvidar todo lo que me habías hecho
para que esto pudiera funcionar.

Y lo hice, amor, lo hice,

y olvidé también y sin querer
tu manera de acariciarme,
tu facilidad de hacerme reír,
tu esmero al limpiarme,
el amor al cuidarme,
y te olvidé a ti entre un daño
y otro,
olvidé sin querer.

Esa pregunta que termina

con todo:
¿puedes seguir enamorada de alguien
que has dejado de querer?

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